"Dicen que hace miles de lunas, cuando la misma luna
no era más que un pedazo de tronco difunto, en ese entonces todo era ceniza.
Dios no había nacido todavía siquiera y la tierra todita era ceniza y la luz y
las estrellas y el aire mismo. Y los animales que se arrastran, los que vuelan,
los que caminan, lo que podemos ver, lo que no vemos. En ese entonces todo era
nada y la nada también era ceniza.
Así se hallaba el
mundo cuando de pronto un relámpago cayó sobre un árbol de pomarrosa. Y la
pomarrosa era ceniza. La pomarrosa se abrió en dos como una flor y de adentro
brotó un lindo animal. Un animal que no tenía escamas, que no tenía plumas, que
no tenía recuerdos. El primer jefe brujo se sorprendió mucho. El primer jefe
brujo que ya vivía entonces, aunque carecía de cuerpo. Él sí dijo: no es ave, no
es pez, no es animal, no sé lo que será pero es sin duda la mejor obra
de Pachakamáite, tiene que ser humano. Y decidió llamar a ese lindo animal
Kaametza, que significa "La Muy Hermosa". Y así fue que comenzamos,
con una hembra.
Ni bien kaametza brotó de la pomarrosa empezó a buscar,
buscaba pero no sabía qué y así pasó, años caminó, buscando, cuando una tarde,
ante un arroyo que también era de ceniza, fue a mirarse o a beber, o a lavarse, cuando de lo alto de bosque surgió una pantera negra de espanto, un otorongo
negro bramando: pero ella, garras no distinguía, no imaginaba, no había nombre
en su mente de ninguna cosa. Todo era víspera en el alma de kaametza. ¿Acaso
ella sabía lo que era un otorongo enfurecido?, pero gracias a ese saber
desconocido sin conciencia que hoy poseemos, kaametza comprendió lo que debió y
eludió al otorongo una y otra vez, y comprendiéndolo cerquita de la muerte se
arrancó una costilla, cuando el otorongo saltó sobre ella, kaametza le sajó la
garganta y el otorongo cayó muerto en la arena de ceniza.
Ella se arrodilló y contempló el cuchillo que la había
salvado. Lo acercó a su boca, tal vez para besarlo, tal vez para decirle cosas
suaves. Y el cuchillo se encendió y empezó a avanzar y a retroceder, buscando
una forma en el aire igualita y distinta de Kaametza. Y aquietándose finalmente, así fue como apareció el varón. El primer jefe brujo se alegró porque pensó
que era bueno que el varón acompañara a la mujer y que juntos se procuraran
descendencia. Y para que pudiera existir le puso un nombre, Narowé lo llamó,
que significa “Yo Soy el que Soy”.
Lo primero que miró Narowe al desprenderse de la nada fue
a Kaametza. Ya Pachakamáite había creado el sol, la luna y las estrellas, pero
no les había concedido el oficio de alumbrar. Sin embargo Narowé vió a Kaametza,
la distinguió bien claro, nítida y ahí no más se levantó hacia ella y ella lo
recibió, sabiéndolo todo. Y abrazados mejor que obedeciéndose, Narowé y Kaametza
fabricaron la vida. Dicen que Narowé y Kaametza llegaron juntos al placer y
cuando gozaron, en el mismo instante en que ambos gozaron, ahí fue que el mundo
inventó la luz. Del primer goce, del primer amor, nació la luz."
Extraído de:
Las tres mitades de Ino Moxo y otros
brujos amazónicos,
del poeta peruano César Calvo
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